Este es un postre clásico. Deliciosos y que apantalla sin duda. Otra sorpresa: es muy fácil de hacer. Lo que necesitas para hacer que la natilla sea un créme brûlée es un soplete, este lo encuentas en cualquier tienda de repostería o tienda departamental.
Empieza con crema y vainilla (es un buen lugar para usar una vaina de vainilla, yo prefiero pasta de semillitas de vainilla). Calienta y justo antes de que suelte el hervor apaga el fuego y deja reposar.
En otro bowl, bate a mano las yemas con el azúcar por un par de minutos.
Poco a poco agrega la crema caliente a las yemas, batiendo constantemente. Empieza con una cucharada de crema para que las yemas se “vayan acostumbrando” al calor, o temperando. Esto es para que no termines con huevo revuelto azúcarado. No es yummy.
Continúa poco a poco hasta terminar con toda la crema.
Pasa la mezcla por un colador (para quitar cualquier imperfección del huevo- o parte semi cocida) y vacía en trastes bajos para hornear. Todo va en una fuente para Baño María. Puede ser una charola o refractario más grande. Ya en el horno, llena con agua caliente, cuidando no salpicar en las natillas.
Hornea por 30-35 minutos, dependiendo del traste, o hasta que al mover ligeramente el centro de la natilla se mueve como gelatina. Deja enfríar por completo. Tapa con plástico y refrigera hasta que sea momento de servir, al menos dos horas y hasta dos días.
A la hora de servir, quita el plástico con cuidado y espolvorea con suficiente azúcar (yo usé una combinación de moscabado y azúcar refinada) para tapar toda la superficie. Usa el soplete para caramelizar la cubierta.

Créme Brûlée (4-5 platitos)